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El Populismo, un concepto más allá de lo económico

Por Ricardo de la Peña Leyva


E
l populismo es un concepto de carácter paradójico: es tan vago e impreciso y, al mismo, extensamente utilizado por los expertos que estudian los problemas económicos en América Latina. En efecto, no existe consenso sobre lo que es el populismo. Sin embargo, esta misma naturaleza, posibilita el describir diversas circunstancias y distintos periodos históricos. Es por ello que, aún cuando es muy cuestionado, es muy recurrido en los estudios latinoamericanos.

Lo que se intenta exponer en este escrito es que el populismo es un fenómeno complejo que abarca circunstancias más allá de la esfera económica. No tiene ninguna relación con posturas ideológicas, ni con periodos de tiempo; simplemente es una forma o estilo de gobernar que puede ser rentable en algún momento y en otro quizá no. Un gobierno populista puede estar tentado, ya sea por presiones sociales, por acciones deliberadas de su dirigente o por las mismas circunstancias; a instrumentar políticas macroeconómicas expansionarias, o adoptar medidas contraccionistas si cree que éstas le permiten conseguir sus propósitos que no necesariamente son personales. Lo anterior tampoco significa que un gobierno populista deba estar condenado al fracaso o al éxito económico o político.

En este sentido, se afirma aquí que el populismo es un fenómeno complejo. De tal suerte, el populismo económico, a pesar de su gran influencia teórica es una tesis cuya visión de cómo suceden los hechos históricos es equivocada, y cuyo alcance explicativo se ve limitado al tratar casos contrastantes que claramente se apartan de sus supuestos.

I. Ser o no ser populista, ¿quienes son los populistas?

No hay un consenso sobre que es el populismo. Este hecho permite que el concepto pueda utilizarse para describir distintas situaciones. Bazdresch y Levy lo señalan claramente: “Si el término ‘populista’ tuviese un significado preciso, es claro que no podría usarse para describir tan diversas circunstancias históricas” (Bazdresch y Levy, 1992:256).

Por ejemplo, Dornbusch y Edwards describen el fenómeno del populismo para criticar a las políticas macroeconómicas instrumentadas por algunos gobiernos en América Latina que se contraponen a la lógica del mercado. Para estos autores, el populismo es un asunto económico, ya que es un “enfoque de la economía que destaca el crecimiento y la redistribución del ingreso y menosprecia los riesgos de la inflación y el financiamiento deficitario, las restricciones externas y la reacción de los agentes económicos ante las políticas agresivas ajenas al mercado” (Dornbusch y Edwards, 1992:17). A su vez, este “paradigma” populista tiene cuatro fases (Veáse Ibíd., 1992).

Esta visión de lo que es el populismo no es una definición moralista de la economía conservadora, nos aclaran los autores, sino es una “advertencia de que las políticas populistas fracasan en última instancia, y su fracaso tiene siempre un costo terrible para los mismos grupos que supuestamente se quiere favorecer”.  

Paul Drake, va más allá y, a mi juicio, en un afán de darle cientificidad al concepto de populismo económico, señala que el populismo no es nuevo en América Latina. Incluso ofrece una periodización: el populismo inicial (hasta la década de los 30’s), el populismo clásico (1930-70) y tardío (después de los 70’s). Asimismo, para hacer más laxo el concepto, pero no menos confuso, distingue entre los movimientos, las políticas y gobiernos populistas. Los movimientos populistas, como movimientos políticos que son, han sido muy populares desde la primera Guerra Mundial y seguirán surgiendo. Las políticas populistas se caracterizan por estar asociadas a esfuerzos por alcanzar una rápida industrialización y redistribución. Estas incluyen la protección arancelaria y los créditos subsidiados para la industria, los aumentos salariales y el gasto deficitario. Estas políticas son para el autor claramente el sustento del modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), que involucra un repudio hacia la vieja oligarquía exportadora, movilización de nuevos grupos sociales como la clase obrera urbana y una fuerte intervención estatal en toda la esfera económica. Por su parte, los gobiernos decididamente populistas, con un dirigente de inspiración magnética y una clientela urbana multiclasista, han sido más raros a diferencia de las políticas y movimientos populistas (Drake, 1992).

J. Sachs por su parte, emplea el término de populismo para definir a “un particular tipo de políticas macroeconómicas, caracterizadas por ser ampliamente expansionarias, las cuales conducen a un nivel elevado de inflación y a una severa crisis de balanza de pagos. Se ha repetido tan a menudo, y con tales características comunes, que revela los vínculos del conflicto social y la pobre actuación económica” (Sachs, 1989:5). La hipótesis central de este argumento es que una alta inequidad del ingreso contribuye a generar presiones sociales para instrumentar políticas macroeconómicas tendientes a incrementar los ingresos de la población vulnerable, sin embargo, a la larga, estas políticas son insostenibles por lo que acaban por debilitar el crecimiento económico. En otras palabras, una distribución desigual del ingreso y una pobreza generalizada presionan a los políticos para que promuevan la redistribución del ingreso sin considerar restricciones como la inflación, el financiamiento deficitario y el equilibrio de la balanza de pagos.

De la misma manera, bajo la idea del populismo económico, Bazdresch y Levy realizan su estudio. Reconocen que el populismo es un término impreciso; sin embargo, señalan que en México ha habido dos periodos populistas, a saber, Lázaro Cárdenas y Echeverría-López Portillo. Se centran en el análisis de los dos últimos sexenios concluyendo que estos gobiernos fueron populistas debido a que compartieron “ciertas semejanzas” como “el uso dispendioso de los gastos públicos, el uso intensivo de controles de precios, la sobrevaluación sistemática del tipo de cambio y las señales inciertas de la política económica, que tienen efectos deprimentes en la inversión privada. En política tales semejanzas se relacionan con la dependencia del régimen del apoyo de las organizaciones obreras y campesinas, que generalmente lo ponen en conflicto con el sector privado del país” (Bazdresch y Levy, 1992: 256). Hay que señalar que para estos autores, existen dos tipos de intervenciones estatales, una eficiente y otra populista. La intervención de estos dos presidentes fue populista puesto que, de manera implícita o explicita, se olvidaron de las restricciones de los recursos, del contenido de los precios y de la reacción de los agentes ante la estructura de los incentivos e intentaron sustituir a los mercados por asignaciones gubernamentales directas. Otra cosa hubiese sido sí la intervención fuese orientada a aliviar las fallas del mercado o mejorar la distribución del ingreso por medios que no interfieran con las señales de los precios.

Lo interesante de esta separación es que destaca que no toda intervención estatal es populista. Sin embargo, entran en contradicción cuando después afirman que: “Estamos convencidos de que, en general, las políticas orientadas hacia al mercado son deseables y benéficas; no parece haber otro mecanismo para generar una asignación eficiente de los recursos” (292). Es aquí donde surge la pregunta: ¿no que había políticas gubernamentales eficientes y fallas de mercado?[1]

II. El populismo como estilo de hacer política

Si uno se detiene a observar más de cerca la tesis del populismo económico (en la que encajan los autores anteriores) nos damos cuenta que ésta conduce a creer que el populismo es perverso, autoritario, plaga que ha caído únicamente en América Latina y es causa inequívoca del atraso económico. Todo parece indicar que los gobiernos intervencionistas fueron, son o seguirán siendo populistas y, por tanto, están condenados a la debacle económica y política. Ante ello surge el cuestionamiento: ¿el populismo es un problema basado en la disyuntiva de mercado o Estado? ¿Todo gobierno populista acabó en crisis? ¿Lázaro Cárdenas, Getulio Vargas, Carlos Menem o Carlos Salinas fueron populistas?[2] ¿El populismo es un fenómeno privativo de América Latina?

Después de la Gran Depresión, todos los países del mundo cambiaron los objetivos y los instrumentos de la política económica, haciéndose un hincapié más explícito en los objetivos del crecimiento y el empleo en los países desarrollados, una política fiscal y monetaria más activistas, y un papel mucho mayor del Estado en la vida económica. Entonces, ¿todos los países han sido populistas? Parece que el bajo la tesis del populismo económico no puede responderse esta interrogante ni las anteriores. Creo que tampoco yo lo haré. Sin embargo, podría decir que Lázaro Cárdenas y Getulio Vargas fueron populistas, sin embargo tuvieron cuidado en considerar las restricciones macroeconómicas, mientras que sus sucesores no lo hicieron. Por ejemplo, Enrique Cárdenas (Cárdenas, 1992) afirma que durante los periodos más expansionistas de Cárdenas, el déficit llegó a 1 y 2 % del PIB (muy por debajo de los déficit de gobiernos no “populistas”). Esto induce a pensar que dependiendo del tipo de populismo, las políticas populistas no necesariamente son expansivas ni mucho menos terminan necesariamente en fracasos totales. El populismo va más allá del falso dilema de mercado o Estado.

Rabello de Castro y Ronci parecen darse cuenta de ello cuando señalan: “No podemos afirmar que los fracasos económicos se asocian siempre con las políticas populistas. Por tanto, el concepto del populismo económico deja de tener sentido para la identificación de las políticas” (Rabello de Castro y Ronci, 1992:198). Según estos autores, el populismo es un “modo del comportamiento político adoptado por una persona o un grupo de personas que podrían identificarse por el uso de instrumentos económicos y cualesquiera otros medios destinados a producir resultados favorables pronto, independientemente de su duración, porque tales acciones ayudan a adquirir y mantener el poder autoritario” (176). Además, señalan que la inestabilidad y el descontento son los dos elementos que puede explicar el surgimiento del populismo: “los elementos políticos del descontento por la mala representación y de la inestabilidad son los factores fundamentales que parecen encontrarse en la base del populismo, por cuya razón los aspectos de la lucha por el poder y la dominación tienden a compensar los contornos de un populismo ‘económico’ así definido. De otro modo, la concepción que tiene el economista de un fenómeno esencialmente político podría acabar por llevarlo al extremo de considera populista toda política de crecimiento o toda acción distributiva fallida” (177).[3] Vemos que en esta definición la duración del tiempo y las características de la política económica, no importa. El populismo es pues, es un fenómeno no sólo económico.

Lo interesante de esta definición es que refuta al populismo económico, así como la definición de J. Sachs en el sentido de que no considera que los políticos realicen acciones populistas sólo por presiones sociales, ni que tampoco los periodos populistas inevitablemente terminen en crisis. Para los autores, los políticos no son ingenuos en sus propósitos, ni mucho menos son victimas de las circunstancias. Por el contrario, el dirigente populista realiza cuidadosos cálculos políticos para cada una de sus acciones y utiliza las políticas económicas y todo lo que está a su alcance como medio para alcanzar sus objetivos; además de que éstas le pueden funcionar o no. Por tanto, el populismo esta en función de una actuación política del líder populista independiente de la política económica. Si ésta le funciona para lograr sus propósitos, la usará, así sea expansionaría, restrictiva, de corto o de largo plazo.

Tal parece que Rabello de Castro y Ronci van en la dirección correcta al ampliar el significado del concepto del populismo y poder explicar casos populistas que no necesariamente terminaron en desastre económico y políticos. Sin embargo, a mi parecer, caen en la misma conclusión del populismo económico al argumentar que el problema de fondo es el intervencionismo estatal y la solución es el liberalismo económico. Por tanto, dejan fuera del análisis a los gobiernos neoliberales que son populistas.
Por lo anterior, puede decirse que el populismo económico es un término limitado para explicar algunos periodos históricos de la realidad latinoamericana. Es necesario entonces definir al populismo en un sentido más amplio. Alan Knight parece darnos esta definición.

Knight señala que en donde hay consenso es el significado etimológico del populismo. Tiene que ver con el pueblo, movimiento, régimen, líder o estilo el cual demanda alguna afinidad con la gente. Empero, el populismo sería mejor definido en términos de un estilo de hacer política. Así, el concepto es más amplio y útil para ordenar, comparar y entender la complejidad de la historia (Op. Cit., 1998).

A mi juicio, la definición de populismo propuesta por Knight significa reconocer que el fenómeno no tiene que ver con la ideología, ni con el tiempo, ni con la inevitabilidad histórica de la catástrofe económica y política.

Aceptar el populismo económico es comprometerse a la idea de que el acontecer puede deberse a la aparición casual de un individuo excepcional, en este caso el líder carismático. Drake señala que uno de los elementos de los movimientos populistas es la dirección paternalista, personalista, a menudo carismática, y la movilización de arriba hacia abajo. Señala también que los gobiernos populistas poseen un dirigente de “inspiración magnética”. Se olvida que el hombre excepcional o el líder populista, cuando aparece, sólo es el instrumento y no la causa del acontecer histórico.

Los teóricos del populismo económico me recuerdan a Carlyle en su afán de creer que los héroes o líderes hacen la historia.[4] El populismo como estilo de hacer política en cambio, significaría asumir que los líderes hacen la historia, la época o de un gobierno populista pero bajo un complejo de circunstancias no elegidas por ellos. Los líderes populistas no se proponen un fin determinado en cada situación, es decir, no se proponen ser populistas, sino que los fines posibles están determinados por la situación misma. El carácter individual constituye un factor de desarrollo social sólo en la correlación de fuerzas que en la organización de la sociedad actúan.[5]

Ahora, no es que el populismo como estilo de hacer política y tal como yo lo entiendo subestime la importancia de los líderes en la historia. A pesar de la importancia de las circunstancias, no hay duda de que algunos líderes han de comprender la tendencia predominante que obra en su momento histórico y se esfuerzan por llevarla a la realidad.

Conclusiones

De lo que no hay duda es que no se puede obtener algo de la nada. Para conseguir el crecimiento económico y la redistribución del ingreso, estos objetivos deben sustentarse en políticas que no contravengan a la lógica económica. La economía impone restricciones que no se pueden soslayar. Esta quizás sea la lección de la región latinoamericana para el siglo XXI. Y hay que reconocer que los teóricos del populismo económico lo subrayan con justa razón.

Sin embargo, es claro que el populismo económico, como categoría histórica y analítica, es limitada por no considerar como populistas a gobiernos o lideres, por el simple hecho de haber sido ortodoxos o porque sus políticas no “interfirieron” en el mundo mágico del mercado. 

Por el contrario, si el populismo es considerado como un fenómeno más amplio, más allá de lo económico, los periodos de tiempo, lugar e ideología; podría ser más útil para explicar y entender muchos episodios históricos en los países latinoamericanos y, por tanto, de su problemática.


Referencias bibliográficas

Bazdresch, Carlos y Santiago Levy. (1992). “El populismo y la política económica de México, 1970-1982” en Dornbusch, Rudiger y Sebastián Edwards (comp.). Macroeconomía del populismo en la América Latina. Lecturas, 75, México: Fondo de Cultura Económica.

Cárdenas, Enrique. (1992). “Comentarios al artículo de Carlos Bazdresch y Santiago Levy”, en Dornbusch, Rudiger y Sebastián Edwards (comp.). Macroeconomía del populismo en la América Latina. Lecturas, 75, México: Fondo de Cultura Económica.

Carlyle, Thomas. (2000). Los héroes. El culto de los héroes y lo heroico en la historia. México: Editorial Porrúa, “Sepan cuantos…”, 307.

Drake, Paul W. (1992). “Comentarios al articulo de Robert R. Kaufman y Barbara Stallings. El populismo en perspectiva” en Dornbusch, Rudiger y Sebastián Edwards (comp.). Macroeconomía del populismo en la América Latina. Lecturas, 75, México: Fondo de Cultura Económica.

Dornbusch, Rudiger y Edwards, Sebastián. (1992). “Macroeconomía del populismo”, en Dornbusch, Rudiger y Sebastián Edwards (comp.). Macroeconomía del populismo en la América Latina. Lecturas, 75, México: Fondo de Cultura Económica.

Knight, Alan, “Populism and Neo-populism in Latin America, especially México”, Journal Latin America Studies. 30, (1998):223-48.

Rabello de Castro, Paulo y Ronci, Marcio. (1992). “Sesenta años de populismo en el Brasil” en Dornbusch, Rudiger y Sebastián Edwards (comp.). Macroeconomía del populismo en la América Latina. Lecturas, 75, México: Fondo de Cultura Económica.

Sachs, Jeffrey D. (1989). Social Conflict and Populism in Latin America. Working Paper No. 2897. Cambridge, MA: National Bureau of Economic Research. (March).

Urrutia, Miguel. (1992). “Acerca de la ausencia de populismo económico en Colombia” en Dornbusch, Rudiger y Sebastián Edwards (comp.). Macroeconomía del populismo en la América Latina. Lecturas, 75, México: Fondo de Cultura Económica.





[1] Puede observarse que los autores trasladan el fenómeno del populismo, como casi todos los teóricos del populismo económico, a un debate de Estado o mercado, ortodoxia o heterodoxia económica.
[2] Para Knight (1998) Carlos Salinas tuvo su lado populista. Durante este sexenio el presidencialismo floreció como nunca antes. Surgió un verdadero culto a Salinas, basado en la fe de los intelectuales gobiernistas y por el exitoso PRONASOL. El populismo era evidente en la distribución sistemática de patrocinio, por el trabajo público y estilo personal de gobernar de Salinas: el populismo era institucional e individual. De tal suerte, Knight señala que Salinas al igual que Menem rompieron con la fiesta populista tradicional: fueron populistas, democráticos y neoliberales.
[3] Los autores argumentan que en el Brasil no puede constarse periodos populistas con estas características.
[4] Para Carlyle el devenir histórico se debe a la acción de los héroes. Su concepción de la historia pone énfasis al hombre, en singular o en su propio concepto, en el héroe, en detrimento de los movimientos de masas. En otras palabras, explica la historia universal, a partir de la acción de los grandes hombres. A éstos los concibió como personalidades carismáticas únicas, revelaciones de un gran principio espiritual universal, todos de una misma sustancia, aunque revistieron formas diferentes.
[5] Podríamos decir que a esta concepción de la historia se acercaron Bazdresch y Levy al afirmar que “los episodios populistas son, en el fondo, el resultado de circunstancias en que los gobernantes creen que sus metas políticas sólo puede alcanzarse mediante intervenciones que restrinjan la operación de mercados e incrementen el grado de intervención estatal. Desde la perspectiva de Echeverría, ¿cómo podría convencer a los intelectuales izquierdistas de que debían abandonar los medios violentos, sino era mediante un ‘retorno al Estado’? Desde la perspectiva de López Portillo, ¿cómo podría ‘castigar’ al sector privado por la fuga de capital, y reafirmar la primacía del gobierno en la economía en la economía, si no mediante los controles de cambios y la nacionalización bancaria? Sin embargo, su formación como economistas o su ideología ortodoxa, no les permitió ver más allá de lo económico.

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